25.1.04

Sueño LVIII: En casa entonces, tocaron el timbre y salí a ver quién era. Había cierta clase de escándalo en el pasillo que no supe bien a qué atribuir, y me limité a recoger el paquete que me entregaban tratando de impedir que se escapara la perra. Cuando cerré la puerta y me di vuelta, vi con enorme sorpresa y cierto toque de horror que, pese a que está enrejado casi en su totalidad, alguien se había colado en mi balcón y estaba sacando, a través del pequeño espacio no alambrado que queda a la altura del techo, mis muebles y cosas que, sabe Dios por qué, tenía en el balcón y no dentro de la casa, pero que sabía extraordinariamente valiosas o importantes para mí. Mi primera reacción fue esconderme tras un vano para que no me vieran y poder contemplar la escena. Se trataba de una mujer. No sabía qué hacer: si luchar por mis cosas o dejarla hacer. Mi impulso (cuándo no) era de huida. Pero no podía dejar de contemplar, con cierta morbosa fascinación, cómo esa persona que no conocía, y que parecía comunicarse con mi vecina del otro lado del balcón, hacia donde traspasaba lo que iba sacando, se apoderaba de mis más valiosas pertenencias. Entendí al instante que todo (el timbre, el escándalo en el pasillo) era parte del mismo plan, y que estaba siendo socavada impunemente. Sólo atiné a salir. En el ascensor me encontré con mi vecina, la misma que daba indicaciones desde el otro lado del balcón, dirigiendo el robo. Estaba paralizada por el miedo, especialmente porque de pronto el edificio se había convertido en una torre de unos 50 ó 60 pisos, el ascensor en una de esas cápsulas metálicas que suele haber en las oficinas, y no había otro modo de salir de allí más que ése, a través de un viaje que resultaría interminable. Tomé valor de golpe (estaba acorralada y no podía hacer mucho más) y le dije, tranquila y suavemente, que sabía que estaban robándome y que ella era la líder de la organización. No lo negó. Con mucha calma le dije que quería mis cosas de vuelta. Dijo que vería qué se podía hacer. Le expliqué lo importantes que eran para mí esas cosas. Me aseguró que desearía poder devolvérmelas, pero que ya se había deshecho de la mayor parte. Sonrió sarcásticamente y me aseguró que, de cualquier forma, sólo vendían las cosas que tenían algún valor comercial, por lo que era casi seguro que la gran mayoría de mis pertenencias todavía estuviera en su casa. Acordamos casi amablemente los detalles de la entrega y, en medio de una gran fila de gente, salimos del ascensor. Resuelto, de alguna manera, el problema, sólo quería irme de allí, al borde de la náusea, aturdida y mareada como me sentía. En el transcurso de un viaje en ascensor había perdido todo interés en aquello que hasta apenas un momento antes era mi vida entera, y al salir sólo quería desaparecer, irme para nunca volver. Por segunda vez en la noche me sentía liberada gracias a que, de algún modo, me quitaban todo aquello que podía tener de valor (mis objetos personales, un bebé). En vez de pena por lo que había perdido, sólo sentía una deliciosa sensación de levedad. Un detalle que tal vez valga la pena mencionar era que, aunque estábamos saliendo de allí, el ascensor que iba desde mi departamento hasta el hall de entrada del edificio no bajó durante el trayecto sino que se elevó. El viaje hacia la calle y la maravillosa liberación que allí experimenté, sabiendo que nada hacía ya que necesitara volver a ese lugar que había acabado por repugnarme (que no era otro que mi propia casa, sólo que, ya vacía de sus muebles y mis cosas, nada quedaría allí que la hiciera verse como tal; además de que sabía que nunca vovería a sentirme segura en ese sitio) fue, extrañamente, un ascenso.

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