28.1.04

Sueño LVII: Viajaba en colectivo con un bebé que no era mío y una considerable cantidad de paquetes. Como no podía acomodar tantas cosas como llevaba, alguien (una chica) en el primer asiento se ofreció a ayudarme con ellas. Me pareció lo más natural del mundo entregarle el niño y algunas bolsas de papel con ropa y objetos que ya ni recuerdo qué eran. En algún momento el colectivo empezó a llenarse de gente; en algún momento, a causa del tumulto en el pasillo, perdí la visión del bebé -que llevaba no sé adónde para entregárselo a quien creo era su madre- y la chica que se había ofrecido a llevarlo; en algún momento (todo es siempre el mismo momento en los sueños) ésta se bajó; en algún momento, cuando yo quise hacer lo propio, me di cuenta de que ya no estaba allí. El colectivero frenó en seco y cerró las puertas para que nadie pudiera escapar. Nada.
Llegó al instante (je... sólo en sueños pasan estas cosas) la policía.
Yo parecía desesperada. Todos me veían como una madre a la que le habían secuestrado el hijo (el bebé no era mío, pero esto, desde luego, no lo podía saber nadie en el colectivo) y trataban de consolarme. En verdad, no hacían más que ahogarme. Sólo quería irme de allí. Fingí (sí, fingí) un ataque de angustia y llanto y, aunque no dejaban, entre interrogatorios diversos, que nadie se bajara del micro, yo -en ejercicio de mi rol de gran víctima de la velada- salí de allí, con la excusa de ir a dar más precisiones para el identik o algo por el estilo a los oficiales que estaban fuera del coche, y entre el gentío aproveché la confusión para irme.
En verdad sólo quería escaparme.
Era extraño porque sentía cariño por el bebé, pero no sentía ninguna culpa por haberlo perdido. Era completemente responsable de haberle confiado un niño a una desconocida que se había aprovechado de esto para robárselo y sin embargo me sentía feliz de saber que se lo había llevado. Me había quitado una carga de encima. Sabía que sólo me esperaba una huida (pronto la madre estaría buscándome también; escapar no era sólo escapar de la policía y los interrogatorios en ese momento: era comenzar una fuga para no volver a ver a nadie, convirtiéndome de víctima en prófuga; nada podía resultarme en ese momento más liberador que ese destino). Primero apreté el paso y, cuando estuve a la suficiente distancia del lugar de los hechos y el colectivo detenido rodeado de patrulleros, comencé a correr. Buscaba la parada del colectivo que me llevaría en sentido contrario en medio de una ciudad que, en realidad, era un cementerio. Quiero decir que la ciudad toda tenía en verdad el aspecto de una ciudadela mortuoria que se parecía bastante, bien vista, a la Recoleta (sabía, con la absoluta convicción de los sueños, que estaba en San Telmo y por eso las casas lucían antiguas y descuidadas, tal como en un cementerio, por otra parte). Agitada y mirando constantemente hacia atrás para asegurarme de que no me siguieran, me crucé con unos chicos que me dieron indicaciones sobre el lugar preciso de la parada. No me hubiera alcanzado la vida para agradecerles. Cuando llegó el colectivo y me sentí a salvo (nadie iría a encontrarme ya en un colectivo que, por otra parte, era el no-lugar perfecto para esconderse sin dejar pistas), extrañada en el sueño mismo por el descarado sentimiento de alivio que me generaba la pérdida del bebé que, a esa altura, parecía uno más de los paquetes que llevaba (una carga más que otra cosa, quiero decir), me desperté.

[Continua abajo, por razones de comodida. Sí, abajo, y no arriba. Perdón por el retraso. En estos próximas días, más actualizaciones con más sueños.]

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