19.7.05

Ilustraciones de Edwin Daniel

Sueño 133: Por alguna razón, estoy moviendo cajas de cartón y por allí aparece Julio César, el emperador romano. Pregunta qué material es ése, que lo desconoce, le digo que es cartón. Se muestra muy entusiasmado por el descubrimiento y dice que con él podrá engañar a sus enemigos construyendo una falsa aldea para que los bárbaros la ataquen y después caer sobre ellos por sorpresa.

17.7.05

Sueño 132: Conocía perfectamente aquella calle y, sin embargo, todo era distinto: la escasa luz y el hombre vestido de negro con gafas ahumadas en plena noche la hacían diferente. El hombre era un espía internacional que me dio un maletín y una orden que no recuerdo. De hecho, creo que la olvidé inmediatamente, recordando sólo los datos de la dirección, porque ya había estado allí antes.
Subí aquellas escaleras que tantas veces antes había subido, y todo era distinto. El hombre que abrió la puerta tenía un aspecto curioso: vestido de negro con un gorro de lana a tres colores; la bandera de Jamaica. Sabía, de algún modo, que aquél era un lugar peligroso y que debía entregar el maletín sin pretender averiguar nada más. Era la misma casa, pero diferente: habían pintado las paredes de oscuro, había poca luz, mucho humo en el aire y ni un solo mueble. Tan solo cojines granates, por todas partes. Sobre ellos, ataviados exactamente igual al que me había recibido en la entrada, se sentaban otros hombres fumando concentrados en unas enormes cachimbas plateadas. Artwork by Edwin Daniel
Miré por instinto a la puerta de la que había sido mi habitación y supe, no recuerdo cómo, que allí dentro ya sólo había armas y hachís. Tenía que entregar el maletín y salir de allí rápidamente. El hombre de la entrada me señaló al jefe advirtiéndome de que no se le podía hablar. De lejos me pareció exactamente igual a los otros: vestido de negro sobre los cojines granates, en medio de toda aquella oscuridad, con su gorro tricolor y su cachimba plateada. Pero, a medida que me acercaba sorteando los cojines, su rostro se fue haciendo familiar. Aún tardé un instante en reconocerlo, cuando ya estuve lo suficientemente cerca y, sin poder evitarlo a causa de la sorpresa, exclamé: "¿Qué coño estás haciendo tú aquí?". Se hizo el silencio en la casa, absoluto; y me desperté sudando y con la extraña sensación de haberme librado por los pelos de una muerte segura.